Una vez iniciado el juego se inicia un proceso de acción-reacción imparable donde la inercia, el rencor, la venganza, el orgullo, el autoengaño, el miedo harán el resto: acciones que nunca se producirían si las condiciones iniciales del juego hubieran sido otras reacciones que quizás no se habrían tenido sin la actitud concreta que las provocó. No se puede jugar con el destino de otras personas, se transforma, se concreta y solidifica en una dirección no prevista y posiblemente no deseada, está en juego la vida de todos. Una decisión, en principio intrascendente, incluso natural dadas las circunstancias personales e históricas en las que el azar sitúa a nuestra pareja de protagonistas - Arvid Stjärnblom y Lydia Stille- puede tener consecuencias imprevisibles y terribles. Esto es lo que viene a decir Hjalmar Söderberg en esta soberbia novela, delicada y sutil, precisa y contenida, incisiva y elegante, fatalista y amarga, como posiblemente solo pueda serlo una novela en la que el autor se enfrenta a sus demonios particulares. La moraleja del libro es bien sencilla, no se puede jugar con la vida, la vida es un juego serio y peligroso.
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